Sí, los fertilizantes químicos son fundamentales ya que el suelo se empobrece mediante la recolección al romper el ciclo vital natural de los vegetales, en el que hojas, frutos y semillas caen al suelo devolviéndole lo que la planta tomó de él.
Por ejemplo, el fenómeno de ‘vecería’, que se achaca al cultivo del olivar, tiene esta causa, ya que al retirar la aceituna del campo retiramos con ella los nutrientes que el propio árbol necesita. Si no se reponen estos nutrientes la siguiente cosecha será inferior. Así, puesto que el carbono se fija a partir del dióxido de carbono atmosférico, los tres elementos que deben aportarse indispensablemente al suelo son el nitrógeno (N), el fósforo (P) y el potasio (K).
Lo cierto es que la producción agrícola no habría podido afrontar la alimentación de una población que no cesa de crecer como la nuestra utilizando únicamente con abonos naturales como el estiércol. Además, no hay que olvidar que la disponibilidad de suelo fértil prácticamente ha tocado techo a menos que se recurra a prácticas tan agresivas como la deforestación. Eso sí, los fertilizantes químicos han de aplicarse de manera racional, aportando las dosis necesarias y con la frecuencia adecuada.
La dureza de un agua está relacionada con la concentración de compuestos de calcio y magnesio en disolución, los cuales dan composiciones insolubles con el jabón.
Se puede definir la dureza de un agua como la suma de todas las sales de iones metálicos no alcalinos presentes en ella. En realidad, estamos hablando mayoritariamente de bicarbonatos de calcio y magnesio, aunque también entrarían sulfatos, cloruros, nitratos, fosfatos y silicatos de otros metales como bario, estroncio y otros metales minoritarios.
Se llama dureza temporal a la causada por el bicarbonato o carbonato ácido [Ca (HCO3)2], pues al calentar el agua se forma a partir de él carbonato de calcio (CaCO3), que es insoluble y forma depósitos en las superficies calientes. Estos depósitos se pueden formar en el fondo de los recipientes de cocina, en las resistencias para calentar el agua (termos, lavavajillas, lavadoras…), en conducciones calentadas, como las calderas, disminuyendo la transmisión térmica y pudiendo llegar a obturarlas. La dureza permanente casi siempre es debida a cloruros y sulfatos y no provoca depósitos al calentar.
La concentración de un ácido en una disolución se puede determinar haciendo una valoración ácido-base. Para ello, a un volumen conocido de la disolución de ácido se le va añadiendo poco a poco disolución de álcali cuya concentración se conoce, hasta que se alcance un pH neutro.
Conocida la reacción que se produce y de acuerdo con el principio de conservación de la materia, se puede calcular la concentración del ácido sabiendo sus pesos moleculares. Supongamos que el ácido es el clorhídrico (HCl), el álcali el hidróxido de sodio (NaOH) y que reaccionan así:
HCl + NaOH→NaCl + H2O
Un mol de HCl (36,5 g) reacciona con un mol de NaOH (40 g). La cantidad de álcali gastado se deduce del volumen empleado y de su concentración. Conocido el volumen de ácido de partida se puede calcular la cantidad de ácido neutralizado y así su acidez.